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Esta es la historia de cuatro ángeles amigos que, sabiendo que la Tierra sería destruida antes o después por los humanos, deciden visitar el planeta por última vez y de él recoger, para poder llevar con ellos siempre, un recuerdo que escogieran, algo que representara su belleza para no olvidarla jamás.
Y cuenta la historia que los cuatro amigos acordaron verse pronto y se separaron y cada uno vagó a su antojo por un tiempo indefinido por los lugares de la Tierra que deseó.
Al cabo del tiempo, los cuatro amigos volvieron a reunirse en su eterno hogar y cerrar las puertas para no sentir la tentación de volver, pues no querían contemplar la inminente destrucción del que un día había sido también su hogar y sólo ahora comprendían su valor, cuando ya era demasiado tarde para ellos.
Y el primero de ellos se adelantó. Llevaba en las manos un cristal de roca prefectamente formado, de una pureza y transparencia que ningún joyero soñó jamás con ver.
- Yo he traido este mineral- dijo con una voz tan clara como el cristal que sostenía- porque representa la total perfección y pureza de la que era capaz nuestro planeta hasta que los hombres lo contaminamos.
Los otros tres asintieron, satisfechos con aquel precioso recuerdo.
Se adelantó el segundo. Sostenía en su mano derecha una rosa apenas salida del capullo, de pétalos amarillos con el borde rosado, tan perfecta que habría provocado las lágrimas del mejor jardinero.
- Yo he traido esta flor- dijo con una voz tan aterciopelada conmo los mismos pétalos que acariciaba con dulzura- porque es la representación de la sublime belleza que un día poseyó nuestro planeta y que nosotros hemos ido destruyendo.
Los otros tres le sonrieron, admirados por tan bello presente.
Salió el tercero. Es su hombro se hallaba posado un joven mirlo, negro como la noche y de pico como el fuego, que contempló a los angeles con curiosidad.
- Yo he traido este pájaro- dijo con una voz tan cantarina como los gorjeos del animal que le acompañaba- porque él nos hablará de los sonidos de la Tierra, que se fueron apagando poco a poco por nuestra causa.
Los tres asintieron, sorprendidos y maravillados.
Por último, se adelantó el cuarto. Sus manos estaban vacías, pero sonreía, y su sonrisa traía la paz de un atardecer de primavera.
- Yo no he traido nada- dijo a sus amigos con una voz tan cálida como la misma luz del Sol- porque no hay nada que pueda representar a la Tierra por entero. Porque su belleza proviene de todas las cosas, de la armonía de los seres y el planeta. Me he dedicado a recorrer nuestra Tierra, a ver todo cuanto pude, y a grabar las imagenes en mi memoria, y lo que sentí en mi alma. Porque nada de lo que pudiera traer le haría justicia. Porque lo que está en la Tierra forma parte de ella y lejos de ella su existencia no tiene sentido.
Mejor dicho, os he traido la Tierra entera. La llevo en mi corazón, donde nada, ni siquiera nosotros mismos, podrá jamás dañarla.
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